miércoles, 13 de julio de 2011

HOTEL PROJECT SEGÚN DANN CAZÉS

EL CONCEPTO

El Hotel Project es un concepto teatral muy curioso ideado por la directora rumana Ana Magineanu, y desarrollado en principio con su colega y compañera en el colectivo teatral The Internationalists, Tamilla Woodard. La primera experiencia de realización de este proyecto se lleva a cabo en la ciudad de Querétaro en colaboración con la compañía local Sabandijas de Palacio, y la visitante defeña Seres comunes, y sus respectivos directores y dramaturgos, Mariana Hartasánchez y Alfonso Cárcamo.

La idea central es bien sencilla: se trata de ofrecer un espectáculo teatral para un espectador, pero con la diferencia, primero, de que ese “un espectador” es justo eso, “UNO”, como se anuncia desde antes en los carteles promocionales: “un espectador, una historia”. Es una la persona que pasa cada vez; es una persona la que presencia la función; es una, sola, la que ve desarrollarse la historia de los personajes que tiene enfrente. O a su lado, o detrás, dependiendo del lugar donde se acomode dentro del cuarto de hotel donde se hace la escenificación.



Porque no es nada más que el espectador entre a ver la función de forma individual, sin la comodidad y “protección” que le daría la compañía de otros que estuvieran en su misma situación de mirón (aunque fueran desconocidos); además de esto, se asiste a la función dentro de una habitación de hotel, un espacio que no es el “apropiado” para un espectáculo teatral, en el que no tiene un lugar fijo designado desde donde presenciar la obra, y no hay marcas claras (en absoluto, más bien) que lo separen de los representantes, de la ficción. Puede quedarse a un lado, pegarse a la pared, sentarse –si se atreve- en la cama, en el piso, en una silla; ver desde el baño o desde el centro de la habitación, hasta asomarse por la ventana si quiere, mientras los actores se mueven a su alrededor enfrentando el reto de no tropezarse con el infiltrado “ausente”.

Como lo plantean los creadores del proyecto, se busca redimensionar la función del espectador, su posición ante la obra de teatro, ante el hecho teatral, ante el espectáculo; tal vez, ante sí. Se trata de provocarle una experiencia que podría en un momento llevarlo a confrontarse consigo mismo, antes incluso que a considerar cuestiones sobre lo que pasa en la escena.



LOS ESPACIOS

El espectáculo se proyecta en dos espacios.
En el primero, en el interior de la habitación, el espectador es como una mosca en la pared, situación que lo pone a la vez en una posición privilegiada y en una gran desventaja. Por un lado, puede en efecto presenciar la historia (aunque ficticia y artificial) de unos perfectos desconocidos, escuchar sus secretos, conocer su intimidad. Por otro lado, se enfrenta al problema de no saber realmente qué hacer consigo mismo, con su cuerpo, con su presencia que es completamente ignorada por los otros ocupantes de la habitación. Lo que sucede no es que se rompa la famosa cuarta pared, sino que el espectador la traspasa sin que por eso entre a participar en el juego teatral, aunque participa “de él”.

Pero la función no termina tras los quince minutos que dura esta representación, porque hay dos obras cortas más; sólo que están en otras habitaciones, en otros edificios. El espectador se ve obligado a salir del hotel y caminar por la ciudad hacia los otros espacios, acompañado por un botones/actor que se encarga de cuidarlo y guiarlo. Esto permite además que, a los ojos del espectador, la ficción se mantenga y se traslade hacia afuera, más allá de los límites de un espacio cerrado, hacia la calle: un espacio abierto y lleno de personas que no son parte de un público ni de una trama.

Después del ensayo general, el espectador a quien se invitó describió sus impresiones y sensaciones.

En las habitaciones se sintió confrontado por la cercanía de los actores, sus olores, los sonidos, las imágenes tan íntimas que le ofrecían, y por el hecho de que en ocasiones hasta lo tocaron para forzarlo a salir del camino. Pero al mismo tiempo se sintió como una especie de exiliado, invisible, ignorado.

En la calle, por el contrario, pudo relajarse, “recuperar” su espacio personal, su campo visual y perceptivo, a sí mismo. El traslado y la espera antes de entrar a la siguiente función, le sirvieron para que se desvaneciera el efecto de la anterior, pero además, según comenta, esa salida lo convirtió por un momento en parte de la ficción: al ir acompañado por su botones, él interpretaba el personaje del huesped.

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